Por Juan Pablo Baliña Especial para LA NACION .COM
Su cara está atravesada por la geografía. Por ella discurren arroyos ancestrales y perdidas sendas de bosques. Su rostro es un valle inundado por el sol de miles de años sobre el cual descansan nieves eternas.
Su sonrisa es un lanzazo blanco y sus ojos dos boleadoras certeras. De aquel paisaje brotan recuerdos, como una primavera de la vida. En Neuquén todo es mapuche: Dios, la montaña, el árbol y su fruto, el sol, la luna, el cielo, el lago, la piedra, el silencio, el viento, la tierra, su raíz y hasta los pájaros.
Doña Rosa Cañicul también lo es. Sus tres hijos ya volaron y ahora vive con algunos nietos en la comunidad Painé filú, al suroeste de la provincia neuquina, en la Costa del Malleo, un paraje situado 25 kilómetros al norte de Junín de los Andes. Nació un poco más lejos, en Paimún, a los pies del imponente Volcán Lanín, dentro del Parque Nacional que lleva ese nombre.
"Por esos lados andaba a piecito nomás, a orilla del volcán con mi abuelo Felipe Payalafquen", recuerda doña Rosa. Esos sitios son ahora visitados asiduamente por aficionados a la pesca con mosca. Los cables de electricidad que llegan hasta su casa silban vibrando, como si fueran las cuerdas de una guitarra interminable. Es el rasgueo del viento. Más allá, unas ovejas en fila van en busca del reparo de un bajo, con la cabeza gacha.
El silencio cubre el campo. Doña Rosa es la Pillén Cuyen o sacerdotisa del lugar y es la encargada del "Nguillatún", término mapuche que designa a la rogativa, una mezcla de música, lamento, súplica y oración Rosa sabe descifrar el mensaje de las estrellas y puede leer la corteza de un árbol. "Tengo ochenta y largos", dice sin poder asegurar su edad, y por esos años asegura que ya le "duele la vista".
Carraspea, se lleva el puño a la boca y sigue su alocución con voz temblorosa: "En el campo hacía de todo; cortaba madera, construía corrales, reunía los yeguarizos, sembraba trigo, tiraba los bueyes, acarreaba tarros de agua, trabajaba cocinando en una estancia cercana y hasta fui balsera; la gente cuando llegaba al otro lado del río gritaba para avisar y yo, con un alambre, la tiraba desde este lado".
Un ruego ancestral. Doña Rosa es la Pillén Cuyen o sacerdotisa del lugar y es la encargada del "Nguillatún". Este término mapuche designa a la rogativa que es una mezcla de música, lamento, súplica y oración. Los mapuches ruegan antes de levantar piñones, antes de recoger las manzanas y, como si el volcán Lanín fuera una catedral sagrada, también lo hacen para acercarse a él. "Al entrar en la montaña rezo para que vaya bien", explica doña Rosa, y agrega: "Por eso hago la rogativa, si uno vive rezando a dios no podrá atropellar el wecufe".
Este es un ser maléfico del que provienen enfermedades y desgracias. Durante el rito el "cultrún" marca el ritmo; se trata de un tambor hecho de madera y cuero de potro que Rosa golpea con su mano huesuda mientras con la otra sostiene la manija.
"En otros tiempos sabía curar con yuyos", comenta. "Recuerdo que de vez en cuando se allegaba algún hombre medio ladeado, retorcido de dolor, con la mano en la panza y yo lo curaba con grasa sola, al rato andaba como nuevo. Supe también componer quebraduras, y hasta fui partera".
"Recuerdo que de vez en cuando se allegaba algún hombre medio ladeado, retorcido de dolor, con la mano en la panza y yo lo curaba con grasa sola. Al rato andaba como nuevo"
La confianza perdida. Sobre ella se evidencia una latente desconfianza hacia "el huinca", como llama a los cristianos no mapuches. Fruto del despojo cultural y material que padecieron durante generaciones, en sus palabras se marca cierto recelo. "Antes no era como ahora, estaba el campo suelto", explica haciendo referencia al alambrado que con el tiempo fue cercando a los paisanos.
"Antes había leguas de campo para trabajar y ahora apenas tenemos una casita, poco se acuerdan de nosotros". En la cordillerana localidad de Junín hay un Vía Christi, es decir, una representación del camino de Cristo hacia la cruz. En las imágenes se busca simbolizar aquellos abusos que sucedieron en América con los nativos. Tres personajes históricos tallados la representan: Pizarro, que se figura remachando los clavos en la muñeca de Jesús; el General Roca, que va despojando a Jesús de su poncho mapuche; y un Cristo indio, sin barba. En otra de las estaciones está Cristo representando el lavatorio de los pies a sus discípulos. Pero en este caso a quien le lava los pies es a la imagen esculpida de la mismísima Rosa Cañicul.
paisaje_ovejas}.jpgJunto a la talla hay un sobrerrelieve de monseñor Jaime de Nevares, un obispo que vivió siempre comprometido con los más débiles, abocado a las necesidades de las comunidades originarias, y que en su tiempo se negaba a subir a los palcos en los actos públicos porque los políticos faltaban a los acuerdos con los trabajadores. De Nevares iba recorriendo de borceguíes los pueblos perdidos del interior neuquino, predicando la Palabra sin palabras, sólo con gestos.
Doña Rosa es el eco de la voz de aquella gente, eco que rebota en las paredes de piedra de la inmensa montaña y sale galopando por la región neuquina, como buscando esa tierra que, aunque no lo reconozcan, sigue siendo mapuche hasta la médula.