Relato de Rosa Isabel Ñancucheo, Esquel
Contaban mis abuelos que antes existían muchas cosas
que hoy han pasado a ser un mito, como los dueños del agua. Ellos me
contaron algo que le sucedió a una hermana suya.
Dicen que cuando llegaron a Lago Rosario en
el lugar había varios jóvenes, entre ellos una de sus hermanas que
tenía 22 años, una joven muy linda que era la encargada del arreglo de
la casa y junto a su madre también le correspondía el cuidado de los
hermanos. Muchas veces se la oyó lamentarse por la carga de esas tareas.
Un día la muchacha cansada fue a buscar agua y no se
acordó de las recomendaciones que le hacían los padres de que no había
que acercarse a vertientes ni arroyos ni a ningún lugar donde había agua
en horas del mediodía porque esa era la hora de los dueños del agua.
Se decía que a esa hora ellos salían a reposar a la
orilla pero no se dejaban ver por las personas, excepto cuando había
luna llena y tomaban forma de humano o de animal doméstico para que las
personas se interesaran en ellos. Si alguien les llamaba la atención,
ellos lo encantaban haciéndole creer que eran personas comunes y
corrientes o animales bonitos para que la gente los acaricie.
Ese día fue ella quien se encontró con un guapo
muchacho que estaba sentado al lado del pozo de donde ella tenía que
sacar agua. El la saludó y empezaron a charlar.
Desde ese día ella comenzó a ir más seguido, en el
mismo horario al mismo lugar y comenzó a ser preocupación de sus
mayores, por eso mandaron a uno de sus hermano para que la vigilara. El
hermano contó que la escuchó hablar pero no vio a la otra persona, y es
que el guardián del pozo sólo estaba convertido en persona para la
muchacha que le interesaba y no para los demás.
Los padres se dieron cuenta de que su hija estaba
encantada por uno de esos extraños seres guardianes de las aguas. Al
llegar la interrogaron y ella les contó que había conocido a un lindo
joven de ojos azules y cabello rubio; aseguró que era un hombre no un
animal o un bicho como ellos creían. También les dijo que pensaba seguir
viéndolo porque ella era una persona mayor y que se casaría con él.
Los padres no sabían qué hacer ante la difícil
situación que no podían resolver y tomaron la decisión de contarles a
sus familiares para que les dieran consejo. Se reunieron todos e
hicieron una rogativa para pedirle a Futachao que los guiara en lo que
ellos iban a decidir por la desobediencia de su hija. Después del
Nguillatun decidieron pedirle a su hija que les presentara a su
prometido, dicen que ella se negó y continuó su relación con él, y luego
de un tiempo ella ya no se dejó ver más por su familia, se encerró en
su habitación por mucho tiempo y cuando por fin salió de su refugio
decidieron entrar a ver que tenía.
Encontraron una cantidad de sapitos en su cama y
quemaron todo, pero cuando ella se dio cuenta de lo que estaba pasando
regresó corriendo a su casa y comenzó a llorar, diciendo que eran sus
hijos y que los iba a llevar porque su marido tenía un hermoso palacio,
que no iban a tener ninguna necesidad porque él tenía en abundancia.
Mientras ella gritaba perdió el conocimiento, y durante un tiempo tuvo
fiebre muy alta. Cuando despertó no podía hablar ni tampoco sabía lo que
le había sucedido, entonces permaneció al cuidado de su abuela por un
largo tiempo hasta que se fue a otro lugar.
Pasaron los años hasta que conoció a un hombre de
verdad con el que se casó y tuvo cinco hijos. Nunca jamás se habló de lo
que había pasado cuando ella era joven, pero en ocasiones sirvió para
contarle a los demás y ponerlo como ejemplo para que a nadie le pasara
lo mismo.