Relato de Rosa Isabel Ñancucheo, Esquel
Cuenta la gente antigua que en los tiempos de antes
se veían muchas cosas extrañas como luces que caminaban y chicos que
lloraban cuando alguien moría. Cuando el Anchimallén se acercaba a la
casa de una persona y lloraba era porque le anunciaba la mala novedad de
que algún familiar iba a morir. Si se cruzaba o le cortaba el camino a
alguien traía mala seña.
Era un ser muy pequeño que buscaba dueño y
cuando nadie lo quería le quitaba la vida a un ser
amado, su nombre era Anchimallén, que en lengua mapuche
se decía la luz de mal agüero. Tenía unos
ojos muy grandes que parecían dos llamaradas y cuando
caminaba parecía que
saltaba de un lado a otro.
Los ancianos decían que cuando se le aparecía
a alguien no había que asustarse, para enfrentarlo
había que sacar una faja laboreada y pelear con él,
porque este ser le tenía miedo al laboreo, también
servía como defensa un cuchillo de plata. Si no se
tenía ninguna de esas dos cosas, y uno andaba a caballo,
lo mejor era cortar un pedazo de la cerda del animal y buscar
una rama de calafate para enfrentarlo. Según las personas
que han pasado la prueba, al enfrentarse con él éste
lloraba como un niño asustado. También dicen
que ellos, antes del enfrentamiento, hacían la señal
de la cruz.
Dicen que estos seres han desaparecido por la cantidad de
gente que ha poblado los campos vírgenes, porque los
han bendecido, ahora la gente camina de noche y ya no se ve
andar estos pequeños. Pasaron a ser un mito que viven
en el recuerdo de la gente que los vio vagar por la eternidad
de la noche.