Se trata de un una fiesta muy importante donde a los
protagonistas principales se les perforaban las orejas. En caso de
tratarse de una mujer, además recibía un nombre en lengua mapuche.
Sobre el Katan Kawiñ, esta antigua ceremonia
mapuche, nos cuenta Luisa Jaramillo. Ella es artesana, de su tía
aprendió la habilidad de tejer a telar, y pertenece a la famila
Prane-Napaimán.
Luisa se crió con su tía, y cuando era niña,
debieron viajar cinco días a caballo desde Fitamiche hasta la casa de su
papá para dejar programado, para el año siguiente, tan importante
acontecimiento.
El Katan Kawiñ no es una ceremonia individual, los
celebrados tienen que ser un par: dos mujeres o dos varones. Una tía de
Luisa había sido madre recientemente de una niña que fue su compañera,
Luisa tenía ocho años y su pequeña prima solamente quince días.
La fiesta se realizó en Mallín Grande, con gran concurrencia de
amigos y familiares, ella recuerda que en esos tiempos no había muchos
wincas en la zona por lo que se trató de algo muy propio de la cultura.
Había mucha comida dado que los participantes
colaboraban con los anfitriones. Asados de vaca y de potro y Muday, una
bebida tipica, acompañaron el festejo.
Manearon dos caballos, uno blanco y uno alazán, en sus lomos
pusieron mantas laboreadas en adoración a Dios. Sentaron a las niñas
sobre los caballos arrodillados y allí se les agujerearon las orejas.
Primero le hacían su Tayül, algo similar a una
albanza, acompañado por KÜLPEM (coros) todos entonados por las abuelas y
en su lengua nativa. El tradicional Ngillatün no podía estar ajeno en
esta celebración.
La abuela paterna, Rosaria Prane, y su hermana,
María, se encargaron de la tarea de perforar las orejas, todo el
procedimiento se realizó sobre el caballo. Se hacía con un Tupu de
plata, una especie de alfiler punzante que además servía para sostener
las mantas que se usaban en la espalda. Con el redan del tupu se le
pegaba en la perforación para anestesiar la zona. Para compartir el
dolor los invitados recibían un pinchazo similar en su mano.
En las perforaciones se colocaban hermosos aros
realizados en plata o, hasta que sanara y cicatrizara la herida, un fino
hilo de guanaco.
Luego de desmanear los caballos esperaban que se
levantaran y, de acuerdo a su salida, se podía saber qué clase de
persona era cada una. Si al soltarlo salía al galope, las abuelas se
ponían muy contentas porque decían que era KULFÜN ZOMO (una mujer
voluntariosa); pero si el caballo salía caminando al tranco entonces era
TOFÜ ZOMO (una mujer flloja).
Finalmente comenzaba la fiesta: todos muy
contentos y vestidos para la ocasión, Luisa recuerda que solían durar
hasta cinco días.
Con un pañuelo se recolectaba una ofrenda que
consistía en dinero, ademas de regalos entre todos los presentes, para
los participantes en la ceremonia. Luisa recuerda que además de dinero
recibió hermosos paños de tela y lo más importante, su nombre mapuche:
Ñam Luwan (guanaco perdido), del cual no pidió explicaciones.
Todo lo que sobraba del festejo se repartía de forma igualitaria entre todos, porque así debía ser.