El joven y el pehuen

Relato de Rosa Ñancucheo, Esquel
Contaban antes mis abuelos que el pehuén era como una madre para ellos porque cobijó a muchas familias.
Una vez hubo una historia con una familia india que tenía que ir a buscar sal a Neuquén, en una parte había una salina grande adonde ellos iban a buscar la sal que necesitaban. Ellos no habían ido en tiempo de verano y llegó el invierno y se les hizo difícil. Entonces se fue el hombre, con otros compañeros más de la tribu, y se perdieron. Entonces llegó el invierno más crudo, fue demasiado fuerte y la señora empezó a preocuparse. Ella tenía hijos grandes y una mañana le dijo a uno de ellos: te vas a ir a buscar a tu padre porque hasta aquí no ha llegado y nos hemos quedado sin sal, ni siquiera tenemos para ponerle a la comida (lo que ellos salaban mucho era la carne para hacer el charqui). Entonces le arregló una maleta a su hijo para que llevara, en ella le puso cosas para comer. Lo abrigó bien, con cuero de chivo le hizo un saco y unos zapatos para que el invierno no fuera tan bravo con él. Entonces en la mañana temprano salió el joven en busca de su padre.

Comenzó a nevar con mucha intensidad por lo que se desorientó en la tormenta y se perdió. A lo lejos alcanzaba a distinguir un pehuén y se acordó que su tribu le hacía adoraciones entonces pensó: ya que mis abuelos y nosotros le rendimos adoraciones yo ahora le voy a pedir cobijo, que me de alimento porque ya no tengo y que me deje pasar una noche - o al menos hasta que se calme el mal tiempo - debajo de sus ramas. Pero él lo hacía a una distancia muy grande, entonces pensó en hacerle una oración. Era una oración que siempre se hacía al pehuén y además le pidió en la oración que se acercara. Pensaba: "ojalá tuviera pies y caminara hacia mí" porque estaba tan cansado que las fuerzas no le darían para llegar. Fue como un sueño o él se imaginó que el pehuén se acercaba a él hasta que llegó un momento que por la mezcla de cansancio, frío y hambre se durmió y cuando se despertó se encontraba debajo del pehuén. El árbol había caído arriba del él y cobijado con sus ramas, como si lo hubiera abrazado.

Después este joven le contaba a su madre: "Cuando desperté estaba el pehuén conmigo, me alimentó con sus frutos. Tenía tanto hambre pero no sabía qué comer porque ya no me quedaba comida. Como pude hice una pequeña fogata para calentarme". El pehuén desprendió sus piñas desde lo alto que caían justo sobre el fuego y se abrían los dientes, saltaban para todos lados y él no sabía que hacer. No sabía si eso se comía o no, pero cuando se empezó a tostar la piña empezaron a saltar.

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