Fuente, Diario Hoy
LA PLATA / El 24 de septiembre de 1888, hace exactamente 118 años, el lonko mapuche-tehuelche Inakayal encontró la muerte en las escalinatas del Museo de Ciencias Naturales de La Plata. Hubo pocos testigos del hecho, y quienes lo fueron poco hicieron para transmitir con claridad lo sucedido. Tal vez por eso las historias que se contaron desde entonces son tan diversas y confusas.
Las sospechas crecen si se analiza la bibliografía del propio museo. En el tomo XII de la revista del museo, Ten Kate sostiene que “el estado de marasmo (desnutrición) en el que se encuentran esos indios a la época de su muerte, al menos ciertamente Maishkenzis, debe haber influenciado sobre el peso de su encéfalo, (…) que ha tenido una disminución”.
LA PLATA / El 24 de septiembre de 1888, hace exactamente 118 años, el lonko mapuche-tehuelche Inakayal encontró la muerte en las escalinatas del Museo de Ciencias Naturales de La Plata. Hubo pocos testigos del hecho, y quienes lo fueron poco hicieron para transmitir con claridad lo sucedido. Tal vez por eso las historias que se contaron desde entonces son tan diversas y confusas.
Están quienes cargan la
escena de un dramatismo místico, al relatar que el líder
mapuche-tehuelche salió corriendo hacia el Bosque desarropándose de los
atuendos del blanco. O quienes hoy piensan que en realidad su muerte fue
provocada o al menos inducida. Creen que pudo ser un suicidio
desencadenado por la situación de tormento cotidiano en que se
encontraba, la cual se había potenciado un año antes con la muerte de su
mujer y otras dos mujeres aborígenes cuyos esqueletos pasaron a formar
parte de las colecciones.
Algo por el estilo dice
Fernando Pepe, uno de los estudiantes que recientemente encontró,
durante un inventario, el cuero cabelludo y el cerebro conservado en
formol del histórico lonko. Un hallazgo “problemático”, si se tiene en
cuenta que el esqueleto ya había sido restituido, en abril del año 1994,
a las comunidades mapuche-tehuelches que habitan en Tecka (Provincia de
Chubut).
“La causa de muerte de
Inakayal nunca fue clara. El secretario de Francisco P. Moreno, Onelli,
relata que el cacique presintiendo su muerte realizó un ritual en las
escaleras del Museo donde se desvaneció”, dice Pepe. Y contradice que
“es más probable que se haya suicidado ante el tormento diario de ver
expuestos los restos de sus seres queridos en las vitrinas del Museo.
Mas de mil cráneos y 80 esqueletos armados, entre ellos el de su mujer
que también murió en el museo un año antes”. Pero el investigador
tampoco descarta “que haya sido empujado por las escaleras al desnudarse
en público”. Su duda tiene fundamento. El antropólogo Ten Kate describe
el esqueleto: “Los huesos de la nariz estaban quebrados por una caída o
un golpe, también le faltan varios dientes”.
Pero la de Inakayal fue
la anteúltima de una seguidilla de muertes. Antes se produjeron las de
las tres mujeres que acompañaron al cacique en el museo. Además de su
propia esposa, en 1887 murieron Margarita, la hija del cacique Foyel, y
Tafa, una originaria de Tierra del Fuego. Seis años más tarde, murió
Maishkenzis, un joven yamana de 23 años, cuyo esqueleto se expuso hasta
hace menos de un mes en una vitrina de la sala de Antropología Física.
Según Pepe, las dudas
también aparecen en las supuestas enfermedades respiratorias que
provocaron esas muertes. En las mascarillas mortuorias de todos ellos,
las cuales aún se conservan en el museo, “se refleja el sufrimiento de
una muerte dolorosa”.
Las sospechas crecen si se analiza la bibliografía del propio museo. En el tomo XII de la revista del museo, Ten Kate sostiene que “el estado de marasmo (desnutrición) en el que se encuentran esos indios a la época de su muerte, al menos ciertamente Maishkenzis, debe haber influenciado sobre el peso de su encéfalo, (…) que ha tenido una disminución”.
Esa
información se complementa, según Pepe, con algunas cartas del propio
Moreno, en las que plantea que “ya se les rebajó la ración de comida a
la mitad y aun así no quieren trabajar”. El investigador cree que “no
fue por bondad ni compasión que Moreno llevó a Inakayal al museo”. Por
el contrario, sostiene que hay dos ejemplos que demuestran que Moreno ya
sabía cuál era el destino que le iba a dar a los “representantes de las
razas inferiores”.
Un caso es el del
tehuelche Orkeke. En el ultimo párrafo de una carta de Moreno, se puede
leer “vuelvo a repetir: Inacayal y Foyel merecen ser protegidos. Que no
lleven, pues, el desgraciado fin de la tribu de Orkeke”. Y agrega sobre
los restos de Orkeke: “Podrá verse el esqueleto, preparado
convenientemente”. El otro ejemplo es el del guía Sam Slick. “Le propuse
que me acompañara y rehusó diciendo que yo quería su cabeza. Su destino
era ése”, dicen las anotaciones de uno de los viajes de Moreno. “El
nuevo guía que contrata Moreno lo asesina alevosamente y luego Moreno
desentierra su cadáver, que pasa a engrosar las colecciones”.
Reconocimiento tras 118 años
Más de un siglo debió
transcurrir para que el gobierno argentino reconociera al último lonko
de la Patagonia. El pasado mes de junio, la Secretaría de Cultura colocó
cartelería explicativa en el mausoleo donde descansan los restos del
líder indígena que vivió en Tecka, luego de una ardua investigación con
todos los antecedentes de su vida para poder plasmarlo en imagen y
texto. El trabajo -único en su tipo- fue inaugurado por el gobernador
Mario Das Neves durante los actos conmemorativos del 85º aniversario de
Tecka.
Los temas tratados en la
cartelería se refieren a la vida de Inakayal y el contexto de la época, y
arrojan luces sobre su captura y posterior muerte en el Museo La Plata.
En un informe de la Secretaría de Cultura, se destaca que una vez
tomado prisionero y antes de ser embarcado en el vapor Villarino con
destino a Buenos Aires, a Inakayal le arrebataron sus emblemáticos
caballos. Luego, cuando llegaron a la Capital, los jóvenes de su grupo
fueron repartidos entre las familias porteñas que los pedían para
desempeñar tareas de servidumbre.
Después, junto a Foyel y
Sayhueke, fue confinado a vivir padeciendo el desarraigo en la base
militar del Tigre en donde se lo obligó a talar árboles durante un año y
medio. “Yo soy un jefe, hijo de esta patria. Los blancos mataron a mis
hermanos, robaron mis caballos, me quitaron la tierra que me vio nacer.
Me tomaron prisionero”, señalaría Inakayal a varios cronistas de la
época.
Según relata la
Secretaría de Cultura, el Perito Francisco Moreno -al conocer la captura
de su “amigo”, en octubre de 1886- realizó las gestiones para que le
permitieran llevarlo al Museo de Ciencias Naturales de La Plata. Esto
permitió que tanto el lonko como su familia pudieran vivir una “nueva
forma de libertad” prestando servicios de mayordomía y servidumbre,
además de ser exhibidos como “piezas vivientes” del museo ante los
visitantes de la época. Una tarde se septiembre de 1888, el lonko habría
presentido su muerte. Clemente Onelli, secretario del Perito Moreno en
el Museo, lo describió así:
“Ya casi no se movía de
su silla de anciano. Y un día cuando el sol poniente teñía de púrpura el
majestuoso propileo de aquel edificio engarzado entre los sombríos
eucaliptos… sostenido por dos indios, apareció Inacayal allá arriba, en
la escalera monumental: se arrancó la ropa, la del invasor de su patria,
hizo un ademán al sol, otro largísimo al sur: habló palabras
desconocidas y en el crepúsculo, la sombra agobiada de ese viejo Señor
de la tierra se desvaneció como la rápida evocación de un mundo”.
No hubo honras fúnebres
para Inakayal. Las mujeres de su comunidad no pudieron envolver su
cadáver en mantas de cuero o lana, ni adornarlo para la última morada.
Tampoco fue sacrificado ninguno de sus caballos para que lo condujeran a
la eternidad. Su esqueleto, su cerebro y su cuero cabelludo fueron
expuestos como “piezas de colección” en las vitrinas del Departamento de
Antropología del Museo de Ciencias Naturales de la Plata.
A fines de 1988, las
agrupaciones Mapuche-Tehuelche iniciaron distintas gestiones para la
restitución de los restos de Inakayal. El lonko tenía que descansar en
las tierras de sus ancestros y de la forma que dictan sus rituales. El
por entonces senador Hipólito Solari Irigoyen, presentó un proyecto de
ley al Congreso de la Nación en el año 1990. Después de varios años de
gestiones, sus restos fueron remitidos -parcialmente- a esta localidad
chubutense, el 19 de abril de 1994, día del “indio americano”